Cambio 16.- ¿Usted cree que el inconsciente está estructurado de forma diversa en el hombre y en la mujer?
Marie Langer.- No creo que esté estructurado de forma diferente, pero los contenidos sí son diversos. Las mujeres hemos introyectado durante tantos milenios las leyes patriarcales de la sociedad que, aunque concientemente digamos que tenemos los mismos derechos y los mismos deberes que los hombres, inconscientemente seguimos dando preferencia al hombre: incluso las mujeres más progresistas seguimos valorando inconscientemente más al macho y confiamos menos en nuestra cabeza que en nuestros encantos femeninos.
C16.- ¿Se puede hablar de una actitud diferente de un hombre y de una mujer en el transcurso de una terapia psicoanalítica?
M.L.- La gente acude al psicoanalista fundamentalmente porque sufre y en ese sentido la actitud es la misma, independientemente del sexo. Sin embargo, Freud se refirió a una dificultad específica del paciente hombre frente al psicoanálisis: el varón vive el hecho de psicoanalizarse como un sometimiento a otro hombre, algo que -de algún modo- cuestiona su hombría. Luego están los problemas típicos del hombre, entre los que suele surgir, muy a menudo, el fantasma de la impotencia.
C16.- ¿El amor ocupa un lugar diferente en la vida de un hombre y en la vida de una mujer?
M.L.- El amor romántico, sí. Este tipo de amor ocupa un lugar excesivamente exagerado en la mujer (no me refiero aquí al amor legítimo, al amor institucionalizado que se da en la pareja, sino al amor de los amantes). La mujer suele sufrir de lo que yo denomino el complejo de Penélope, cuya figura es esa mujer en espera continuamente, al lado del teléfono, tejiendo y destejiendo fantasías: "¿Me llamará?", "no me llamará?", "¡ah!, pero me lo prometió", "bueno, finalmente llamó". Pero no hay solución de continuidad porque aunque llame, el drama se volverá a repetir: después de la llamada todo vuelve a empezar. Penélope recomienza a tejer y destejer.
C16.- ¿Qué importancia tiene en el equilibrio psíquico de una mujer la decisión de no tener hijos?
M.L.- Es evidente que una mujer que no tiene hijos, desde el punto de vista biológico, es una mujer no realizada en el sentido de que no ha llevado hasta el fin toda su potencialidad biológica. Sin embargo, si esa mujer realiza un trabajo o tiene un tipo de interés en la vida puede conseguir la misma perpetuación, la misma sensación de inmortalidad y trascendencia que teniendo hijos. E incluso más.
C16.- ¿Cree usted que los hijos ayudan realmente a enfrentar la vejez?
M.L.- Mire: Yo tengo hijos y nietos y estoy segura de que no es fácil enfrentar la vejez ni así ni asá. Personalmente, creo que la afronto relativamente bien, pero mucho más por mi trabajo que por el hecho de tener hijos. Si yo no tuviera un trabajo, me agarraría a mis hijos y nietos, y eso sería muy penoso para ellos y para mí. Sin embargo, al tener mis propios intereses y mi propio proyecto de vida, cuando nos vemos en familia mantenemos una relación adulta, de tú a tú, y afortunadamente, no de pobrecita mamá.
Lo que más me ayuda frente al temor de la muerte no es la trascendencia biológica que dan los hijos, sino la trascendencia de un proyecto personal que te integrará en la historia incluso después de tu muerte. Esto lo puedo decir desde mi óptica personal, como mujer, pero creo que es válido también para los hombres.
C16.- ¿Y las actuales corrientes de liberación de la mujer en las sociedades modernas no entran en conflicto con ese inconsciente ancestral y retrógrado que, según usted, toda mujer lleva encima?
M.L.- Desde luego que sí. Antes las mujeres estaban limitadas al hogar y a los hijos, pero no lo cuestionaban. Ahora la mujer se cuestiona cosas y eso recrudece el conflicto. Sin embargo, no hay que olvidar que esas alternativas que tiene actualmente la mujer están determinadas por la clase social a la que pertenecen. Si la mujer es pobre, su principal alternativa es la supervivencia. Para elegir un estilo de vida hay que pertenecer a la clase media. No es nada casual que los movimientos feministas surjan de la clase media, una clase con capacidad de elección.
C16.- Generalmente la clientela tradicional de los psicoanalistas son clase media y alta. ¿Cuáles son los principales motivos por los que una mujer de estas clases acude al psicoanalista?
M.L.- Las mujeres de clase media que acuden al psicoanalista tienen dos tipos de conflictos: las que trabajan y además están casadas y tienen hijos se sienten desgarradas entre la profesión y el hogar: son mujeres que pasan la vida corriendo con la sensación de no hacer bien las cosas, convencidas de que su madre las hacía mejor. Evidentemente, su madre se ocupaba del marido, la casa y los hijos porque no tenía otra cosa que hacer. También están las mujeres que creen que no cumplen bien en la profesión porque el colega masculino lo hace mejor. Independientemente de que el colega masculino lo haga mejor o peor, lo que subyace es un sentimiento por parte de la mujer de que el hombre es superior. Además, si esta mujer no acude un día de trabajo porque el niño está enfermo o porque tiene que ir a la peluquería, ese sentimiento de culpabilidad se acentúa. Ella no tiene en cuenta que además de ser eficaz en el trabajo como un hombre y atender a los hijos, su inconsciente, y el inconsciente social, le exige estar atractiva. Todo eso produce un conflicto. La mujer que trabaja fuera del hogar tiene que eliminar su sentimiento de culpa por no estar el tiempo suficiente con los hijos. La mujer encerrada en el hogar suele ser una madre chillona, impaciente, agotada y nerviosa. Es preferible una madre que sólo ve dos horas al día a sus hijos con amor.
C16.- ¿Y cuáles son los principales conflictos de las mujeres de clase baja?
M.L.- La supervivencia. Una mujer de clase media puede acudir exasperada al psicoanalista diciendo que no tiene orgasmo o que su orgasmo es clitoridiano, una preocupación que, actualmente, parece pasada de moda. Sin embargo, una mujer de clase baja no suele hablar del placer sexual. Por un lado, las mujeres de clase baja son más pudorosas que las de clase media, y, por otro, son mujeres para las que el placer no cuenta, ni lo piden y, por supuesto, tampoco lo exigen: eso es una cosa de los hombres, que lo toman como algo propio. Además, en España la preocupación fundamental de una mujer pobre no es la del placer, sino la de otro embarazo.
C16.- Se dice que usted no acostumbra a tratar a las mujeres de clase alta. ¿Por qué?
M.L.- Lo cierto es que ya no las atiendo mas... Están rodeadas de un vacío tremendo y yo no sé cómo ayudarles a llenarlo. Tienen el dinero, el poder del marido, el cuidado obsesivo del físico y el terror a envejecer. Detrás de todo eso está la depresión, la desesperación y, finalmente, el vacío. Yo prefiero no tratar a ese tipo de mujeres.
C16.- ¿Cree que el psicoanálisis no las puede ayudar?
M.L.- Claro que las puede ayudar, pero yo prefiero no tratar a este tipo de mujeres. Freud dijo que los psicoanalistas teníamos que ser neutrales como un cirujano, pero yo no estoy de acuerdo. Para tratar bien a una persona tiene que establecerse una corriente de simpatía y una identificación con la problemática del paciente, que en el caso de estas personas yo no siento.
C16.- ¿Y cómo se puede establecer esa identificación entre un psicoanalista hombre y una paciente mujer, o viceversa?
M.L.- Ahí radica el viejo pleito de Freud sobre la psicología de la mujer. Freud ha dicho cosas que han sentado muy mal a las feministas, con razón, porque ha centrado la psicología femenina alrededor de la envidia del pene. En México, que es un país bastante machista, pero no él único, me encontré con muchas mujeres que querían psicoanalizarze conmigo, entre otras cosas, por ser yo una mujer. Estas pacientes habían tenido alguna experiencia con psicoanalistas varones que interpretaban cualquier entusiasmo por emprender algo nuevo, o cualquier actividad, como envidia del pene. Yo diría que, así como el hombre trata mejor la impotencia porque es algo que le concierne y con lo que se puede identificar, también creo que una mujer va a entender, y por tanto tratar mejor, los conflictos de otra.
C16.- Una de las acusaciones más frecuentes que se hacen al psicoanálisis es la de ser una práctica cara y conservadora, que tiende a hacer más dócil al individuo conflictivo y reintegrarlo en una determinada normatividad social.
M.L.- Eso depende de la ideología del analista. Hace tiempo que funcionan las terapias grupales psicoanalíticas que permiten un enfoque muy social y muy accesible a las clases menos privilegiadas. Es lo que estoy haciendo en México y Nicaragua. En este último país se practica gratuitamente.
C16.- Sin embargo, la ortodoxia freudiana siempre ha predicado que para que un análisis funcione hay que sufrir un poco, y sobre todo pagar...
M.L.- Eso ha cambiado mucho. En Alemania, por ejemplo, es la Seguridad Social la que paga el psicoanálisis. La tesis de que para que un análisis funcione bien tiene que representar un sacrificio económico para el paciente se explica porque los psicoanalistas hemos tratado siempre a la clase media y alta. Por lo tanto nos ha resultado muy útil y rentable ese argumento.
C16.- ¿Cuáles son las tendencias actuales del psicoanálisis?
M.L.- Ciertos núcleos alemanes están mostrando mucho interés en lo social, en lo que llaman etnopsicoanálisis, es decir, que integran lo psicoanalítico con lo social comparándolo con diversas culturas. Yo diría que, en general, se está produciendo una apertura del psicoanálisis hacia lo social.
C16.- Eso parece todo lo contrario de lo que predicaba Lacan...
M.L.- No he estudiado muy a fondo a Lacan y, desde luego, no soy lacaniana. Pero lo que reprocho, no a Lacan sino a los lacanianos, es un olvido del mundo externo y del contexto social. Hace diez años yo y muchos otros analistas nos tuvimos que marchar de Argentina a causa de la feroz dictadura. Eran momentos en los que la más nimia postura política podía suponer la muerte. Sin embargo, casualmente, en ese tiempo se produjo un boom enorme de Lacan en la Argentina. Y es que Lacan te desconecta del mundo, mientras fuera estallan las bombas.
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