Gregorio F. Baremblitt
En primer lugar, en el discurso lego y cotidiano, se habla de deseo como un sentimiento y un impulso, mas o menos concientes y voluntarios, propios de alguien, según el cual una persona, o un conjunto de personas, quiere algo. Ese algo puede ser una inmensa y variada calidad y cantidad de cosas, estados o entidades, concretas o abstractas a las cuales, generalizando, se acostumbra denominar Objeto deseado. Más el deseo, así entendido, tiene también un Objetivo, que se habitúa a suponer que consiste en la obtención de placer y en la evitación del displacer o del sufrimiento, para ese alguien que desea un objeto y lo consigue. Obviamente, quien desea un objeto con ese objetivo, si lo procura es porque no lo es, o porque no lo posee. Obviamente, como aquel que desea sabe que no es ni tiene lo que desea, puede decirse que ese objeto, exista o no en la realidad, le falta.
Pero desde la mas remota antiguedad, hasta la modernidad contem-poránea, existe otra Imagen del Deseo. Se trata de un sentimiento y un impulso inconsciente e involuntario, o sea, desconocido e incontrolable para su portador o sus portadores, que no saben que sienten y no dominan ese querer, ni lo que quieren, ni para que o porque lo quieren. Eso no impide, es claro, que ese Deseo inconsciente e involuntario dirija sus vivencias, sus experiencias y sus actos y lo haga tanto más cuanto el sujeto en cuestión aprende a creer que es así, que ese tipo de deseo existe aunque él no lo sepa.
La versión actual más difundida de esta Imagen del Deseo, es, sin duda alguna, la postulada e implantada por diversas corrientes del Psicoa-nálisis. En sus versiones mas sofisticadas, la Disciplina freudiana sostiene que el Sujeto del Deseo ( el “quien desea inconscientemente”) es una parte del Sujeto “psíquico”, radicalmente separada de lo que se conoce como Yo conciente y voluntario por una barrera activa llamada represión. El Deseo seria una fuerza que impulsa a ése Sujeto a procurar un objeto que no existe en la realidad, que su realización es imposible, y que es definido por las diferentes teorías de una manera difícil de resumir. Empleando un término bastante vago, se puede decir que se trata de un objeto imaginario, pero de una imaginación, a su vez, inconsciente. Su versión más ortodoxa, la freudiana, sostiene que el objetivo de ese deseo, consiste en montar una escena imaginaria inconsciente (como diría Freud, metafóricamente, alucinada) , a la cual denomina fantasía inconsciente, en la cual el sujeto del deseo inconsciente se representa ese deseo como “realizado”, lo cual le confiere una placer y una evitación del displacer “provisorios”. Solo después de haber obtenido esos “beneficios” inconsciente es que el deseo inconsciente animará al deseo conciente, y éste a su vez al sujeto conciente, a buscar en la realidad algo que intente substituir al objeto imaginario, sin conseguirlo plenamente nunca. Así siendo, el sujeto conciente obtendrá apenas una “cuota”, un grado de placer y de evitación del displacer relativamente “insuficientes”, insuficiencia ésta que garantizará que continúe buscando incesantemente. Más para que ése proceso funcione eficientemente, es preciso que el sujeto sea capaz de hacer conciente lo que su fantasma perseguía, estableciendo y resignándose así a la diferencia entre lo deseado inconscientemente y lo obtenido en la realidad. Ese “conocimiento”, se obtiene por medio de la formulación en palabras de la citada diferencia, proceso que se denomina simbolización, y que, paradojalmente, tiene al deseo inconsciente como su motor al mismo tiempo en que es la condición de su buen funcionamiento. .
Cuando el mismo no ocurre, es decir, cuando el deseo inconsciente se realiza exclusiva y parcialmente en lo imaginario, se manifiesta como síntomas, inhibiciones o angustia. Cuando el deseo inconsciente se realiza totalmente en lo imaginario, obtiene su objetivo último, que es completarse plenamente, o sea que el sujeto se identifique con su objeto deseado, lo cual significa el final de la búsqueda, es decir, la muerte. De acuerdo con ésta teoría, el ser humano se caracteriza como un animal que, para aprender a simbolizar, solo tiene una opción, debe convertirse en un ser esencialmente carente y “faltoso”, condenado a un cierto malestar del que no se liberará jamás.
Pero hay una tercera imagen del deseo, que también muestra una larga tradición histórica, y que en la actualidad es sustentada por importantes pensadores. Esa teoría propone que el deseo no es apenas una fuerza propia de los sujetos concientes o inconscientes “fabricados” tal como la primera y la segunda imagen que hemos descripto los concibe.
Para ésta imagen, que por cierto no es exactamente una imagen, sino cuya “naturaleza” debe ser incesantemente reformulada con nuevos conceptos, perceptos y afectos, el deseo es una realidad virtual generadora de toda realidad,( natural, mental, social y tecnológica) así como de si misma. Ese deseo es una potencia infinita que se define como pura producción y no produce apenas las imágenes subjetivas antes sino una cantidad de tipos de subjetivación infinitamente diferentes.
Ese deseo, que produce, al mismo tiempo, “todo” lo que desea y lo que es deseado, es también su propio objetivo, el de producir, incesantemente, nuevas realidades. Ese deseo es potencia productiva y para hacer justicia a algún momento teórico en que Freud lo intuyó, se le denomina producción deseante. Aún es preciso ampliar diciendo que ese deseo, que inventa infinitos sujetos y objetos, se define más conspicuamente por los que todavía no fueron inventados, que no por eso se puede decir que “le faltan” porque no hay ningún Ideal por relación al cual es posible afirmar que eventualmente “estaría completo”. Ese deseo-producción, no carece de nada. Su objetivo y sus procedimientos, están mas allá de lo que tanto los sujetos, como las psicologías y el psicoanálisis consideran lo real, lo imaginario y lo simbólico, lo posible y lo imposible, lo conciente y lo inconciente, lo voluntario y lo involuntario. Ese deseo funciona ( produce) por su propia “naturaleza”, y no porque le falte o le sobre nada; antropomórficamente hablando: su deseo es producir.
Sabemos que las teorías y las prácticas que tales teorías fundamentan nunca son neutras. Independientemente de los resultados específicos que se espera de ellas, las mismas tienden a provocar los efectos que postulan orientando la vida de los hombres hacia los sentidos y valores que propugnan.
Cabe, entonces, preguntar al lector: de acuerdo con ¿cuál de esas tres imágenes del deseo preferiría vivir?.
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